abril 07, 2007

Primera Parte

La soltó rápido y la dejó caer sobre la cama, estaba casi dormida. El efecto del alcohol, lo hacía sentir ligero, confiado, totalmente entregado a los brazos del destino. Sabía que lo que hacía tendría consecuencias que lo atormentarían por el resto de su vida pero debía hacerlo. Era la manera de ganar la confianza de su maestro. Demostrar que podía ser parte de lo que siempre soñó. Ahora era su momento, tenía todo preparado. La habitación del hotel olía a humedad, las sábanas estaban sucias con los humores de los huespedes anteriores. El espejo del baño aún estaba empañado con vapor. Paseó por toda la habitación. Cerró las cortinas y se aseguró que nadie lo estuviera vigilando. Desde adentro miraba como las luces de los vehículos se alejaban. Sintió un quejido y dio vuelta rapidamente, la chica empezaba a reaccionar. No podía dejar que se despertara, podría reconocerlo y se haría mas difícil cumplir con su cometido. Corrió hacia la silla que estaba cerca de la puerta y sacó de un maletín, la pistola que le habían entregado en la mansión. Las manos le temblaban como la primera vez que quiso besar a una chica. Los recuerdos de su niñez inundaban su cabeza, veía un torrente de recuerdos interminables que pasaban por sus ojos a mucha velocidad. Con las manos temblorosas trató de colocar el silenciador en el arma. No pudo. - Tengo que mantenerme entero, no puedo flaquear en este momento, se decía constantemente.
Era la única manera de demostrarle a su maestro que él era la persona que estaba buscando para acompañarlo y servirlo durante el resto de su vida. Tenía que ganarse su confianza, cueste lo que cueste. Finalmente, colocó el silenciador en el arma. Los recuerdos cesaron y nuevamente se enfocó en esa chica de dulce mirada que estaba tendida en la cama. Apuntó el arma a la cabeza y disparó. Se aseguró con dos disparos más, cerca del pecho. La chica estaba muerta. Soltó el arma e hizo una llamada.
- Está listo, la congresista está muerta.
- Espero las siguientes ordenes.
Del otro lado del telefono la voz le daba órdenes de regresar a la mansión. Desenroscó el silenciador del arma, colocó el arma y el silenciador en el maletín y subió al auto negro que estaba estacionado en la puerta del hotel. Una vez en la mansión, regresó con su maestro.

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